Con 16 puntos, Uruguay y Venezuela empatan en el 5to lugar de la tabla
Cuando dos luchadores con estilos muy similares se
exponen a un mano a mano, por norma general, lejos de contrarrestarse,
prevalecerá aquel que lleve sus virtudes a la máxima expresión. Venezuela y
Uruguay, dos pegadores de oficio con muchos puntos convergentes, como el juego vertical
y la habilidad para rentabilizar al máximo las pelotas quietas y las segundas
jugadas, se enfrentaron en Puerto Ordaz por el 5to lugar de Sudamérica, con
balance positivo para los ‘charrúas’.
La Celeste aniquiló el maleficio de 13 años sin derrotar
a la Vinotinto por Eliminatorias, justo en el peor momento posible para los
locales. Los de Farías mordieron el polvo, luego de caer en la trampa uruguaya,
escuadra que se sintió muy a placer durante gran parte del cotejo. Únicamente,
una caída podía superar el nivel de devastación que había generado el empate
postrero de La Paz.
Venezuela jugó tal y como a Uruguay le convenía, abusando
de los centros frontales colgados en el área desde tres cuartos de cancha, que
poco daño pudieron causar a los escabrosos zagueros Lugano y Godín. La zona
central fue territorio inexplorado por los volantes venezolanos, en parte por
el trabajo incansable de dos metedores de fierro como ‘Ruso’ Pérez y Gargano y,
en otra, por la incapacidad propia de jugadores como González, Arango y
Feltscher. El mayor de los Feltscher, Frank, fue la sorpresa de la oncena
inicial, en busca de más movilidad en ataque. Sin embargo, el del Grasshopper
suizo casi nunca pudo caer por los costados con pelota dominada y, cuando lo
hizo, no pudo desbordar ni a Cáceres ni a Pereira.
Como era previsible, la urgida bicampeona del mundo salió
a proponer el partido sin regalarse mucho en defensa, con las intervenciones
solitarias pero muy influyentes de Forlán y Cavani. Éste último lucía mucho más
inspirado. Venezuela pronto se asentaría en el campo y se aferraría a la
tenencia de la pelota como única carta posible para ganar el duelo. Con ella, la
Vinotinto insistía en repartirla hacia los laterales; la inocuidad por el centro y la falta de vértigo la
hicieron muy previsible. Un remate lejano de Rondón, un delantero espectacular,
luego de que él mismo se fabricase el espacio y un tiro libre de Arango
exigieron al cancerbero uruguayo en la primera mitad.
A los 27’, Cavani sacó petróleo de la primera que tuvo.
Uruguay se encontró muy temprano con lo que fue a buscar, esto era, concretar
aunque sea una de las chances que crearan para luego manejar el resultado apelando
a la mística garra ‘charrúa’ y a la contra. La Celeste estuvo a partir de ahí
en su elemento, pues si hay un equipo que, históricamente, sabe resguardar
ventajas es Uruguay. Y el panorama lucía más de cara para la visita, al revisar
que, en todas las presentes Eliminatorias, la Venezuela de Farías jamás había
dado vuelta a un resultado y sólo una vez había marcado más de un gol (La doble
anotación de Rondón ante Paraguay en Asunción).
Así como el sello de las jugadas de estrategia, el
repliegue oportuno y las coberturas solidarias definen a la selección comandada
por Farías, también bien la describe su escaso volumen de juego. En pro de
mantener un orden casi marcial, se sacrifica a los que rompen paradigmas y a
quienes crean sobre la marcha, sobre todo en momentos de crisis. Cuando hubo
que buscar un revulsivo para intentar la remontada, Peña, Martínez u Otero
miraban el partido desde las gradas.
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Venezuela ya no depende sí mismo al caer frente a su rival directo |
El segundo tiempo fue un calco del primero, lo único que varió
fue la frecuencia con la que Venezuela
lanzaba sus centros al punto penal. El timonel venezolano dio ingreso a Seijas
por Cichero, a Aristeguieta por Feltscher y a Blanco por César González, en un
ejercicio de rectificación tardío. Los cambios, aunque a destiempo, mostraron
un indicio de lo que pudo haber sido el partido si, por lo menos, los dos primeros
hubiesen alineado desde el pitazo inicial.
El choque fue como la archiconocida obra de García
Márquez: Crónica de una muerte anunciada. La crónica de una Venezuela que desde
el ‘vamos’ lució muy inofensiva para la curtida de mil batallas Uruguay. Si algún
sector de la fanaticada, de la prensa local o del seno de la propia selección
nacional dudaba de la peligrosidad de su rival, habrá entendido que por muy
moribundo que se encuentre un equipo no se debe tentar a su orgullo; el peso
histórico de la camiseta es un comodín que se puede activar en cualquier
momento, sobre todo, en aquellos de extrema necesidad.
La victoria uruguaya estriba en su ADN y el respeto a sus
valores históricos: Contundencia, jugar con el resultado, mucha marca y
pundonor. Por su parte, La derrota de Venezuela reposa sobre la falencia propia
de quien no posee los argumentos para intentar algo diferente en momentos de
crisis. Quien propone un careo a golpes certeros sin haber sido un pegador de
toda la vida.
El sueño de Venezuela comienza a convertirse en
pesadilla, o mejor dicho, en un borrascoso camino que pasa por ganar todo lo que
le queda (Chile en Santiago, y Perú y Paraguay de local) y esperar que sus
rivales no hagan los deberes. La Vinotinto ya no sostendrá con su mano el
sartén por el mango, necesitará despojarse de él, para tomar la calculadora con
una mano y el rosario con la otra. Brasil 2014 necesita de una hazaña de
tamañas proporciones, con el hándicap de contar con un partido menos por jugar
que sus rivales directos.
Algunos pensarán que los dioses del fútbol han vuelto a fallar a Venezuela. Entonces, habrá
que ser MEJORES para obligarlos a que se pongan de cara. En Sudamérica ninguna
escuadra regala nada y mucho menos deja su destino en manos de la divinidad,
pues su boleto al futuro estriba en botines sobrecargados de pintura para
dibujar sobre el campo magia por montones. El orden se hace añicos en manos del
talento bruñido y adecuadamente asociado.
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