Tahití, una campeona amateur
Tahití representa esencia del fútbol: el compañerismo y la alegría |
Cuando Fernando Torres, en el cobro de una pena máxima,
estrelló el balón en el travesaño con el partido 8-0, el portero de la selección
tahitiana, Mikaël Roche, celebró el fallo de ‘El Niño’ como si su equipo
estuviese jugando la final de la Copa del Mundo. El gesto, no menor, simplificó
la descomunal brecha que existe entre la campeona del mundo y Europa, España, y
la campeona de la confederación oceánica de fútbol, Tahití.
Sin embargo, por cosas del balompié, David y Goliath se
citaron en el mítico Maracaná sin esperanzas de que se alternara el libreto. La
Roja propinó una tunda (10-0) a la ingenua selección que representa a la isla
más grande de la Polinesia francesa, y el partido sirvió para todo: para que el
público se volcara con la ‘cenicienta’ que pudo colarse en el ‘festival de los
campeones’, o para que Torres, con un póker, volviera a mostrarse como el ariete
asesino que enamoró a ‘The Kop’.
La aventura tahitiana en Brasil se resume con la
siguiente estadística. Sólo uno de sus 23 seleccionados es futbolista
profesional. Se trata de Marama Vahirua, un delantero, con pasantía en el
fútbol galo y que milita actualmente en el Panthrakikos griego. El resto del
plantel está compuesto por jugadores amateurs. Oficinistas, alpinistas,
comerciantes, choferes, operadores telefónicos, profesores (el portero Roche) y
hasta 9 desempleados forman parte de la selección que ocupa el puesto 138 del
ránking FIFA.
Después de la humillante goleada ante Nigeria (6-1), mientras
los tahitianos saboreaban el único gol a favor que consiguieron por intermedio de Jonathan
Tehau, el resto del mundo se preguntaba cómo una selección tan frágil podía
estar en un torneo de la FIFA. Esta es la primera vez que Tahití disputa una
competencia oficial de mayores (La selección tahitiana sub-20 disputó el
mundial de Egipto en 2009).
Con euforia celebró Tahití el gol de Jonathan Tehau frente a Nigeria |
La migración de Australia a la Confederación de Asia, en
busca de mayor competitividad, permitió a los equipos más modestos del pacífico
poder disputarle a Nueva Zelanda el máximo trono continental. Así fue como la sorprendente Tahití pudo ganar la Copa de Oceanía en 2012, disputada en las Islas Salomón, acabando así con 40 años de
dominación repartida entre australianos y neozelandeses.
Sin duda alguna, el ‘milagro oceánico’ no pisó tierra carioca en
busca de la copa. Sus jugadores están “viviendo una película”, tal como dijo su
entrenador Eddy Etaet al llegar a Brasil. La isla de poco más de 178 mil habitantes, que fuera
conquistada por una expedición española en 1774, hoy fue redescubierta por otra tropa de hispanos, quizá, los mejores del mundo jugando con la pelota atada al pie. Los españoles dejaron al desnudo las enormes carencias futbolísticas de Tahití, un coladero en defensa y una ofensiva liviana por demás; aunque también los polinesios mostraron al mundo la enorme
valentía de sus corazones.
Al terminar el partido, los tahitianos tenían una sonrisa en el rostro difícil de desdibujar. No era para menos, jugaron al lado de los mejores y fueron el centro del universo por 90 minutos. A pesar del abultado marcador, enseñaron al colectivo la mejor de las lecciones: al fútbol se juega con alegría, como cuando se hace entre amigos.
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