Caso Europeo: Hitler y Mussolini.

Por Geraldine Carrasquero

Hitler y los Juegos Olímpicos Berlín 1936.

En el año de 1936 las olimpíadas tanto invernales como veraniegas tuvieron lugar en la Alemania Nazi, comandada por Adolf Hitler. En aquel entonces, se transformó al deporte en vehículo de propaganda por el régimen del “Führer” alemán, elevando los ideales Nazis a la cúspide mundial.
Discurso especial de Hitler durante la inauguración de los juegos.
La elección de la sede para los Juegos Olímpicos del año 1936 fue algo polémica. Se debe recordar que cuando el partido Nazi alcanzó el poder en 1933, de inmediato, fiel a sus ideales, comenzó a lanzar campañas represivas y discriminatorias, desde el punto de vista racial y religioso. Estas campañas, antisemitas, en su mayoría, poco concordaban con los ideales y el espíritu deportivo, por lo que varios países europeos se sumaron a un boicot que pretendía despojar a Alemania de su condición de sede.

Hitler popularizó su figura asistiendo a las olimpíadas.
No obstante, Alemania, consciente del poder hipnótico que posee el deporte sobre las masas, aplicó una metamorfosis a su imagen, suprimiendo cualquier huella de violencia anti-semita. Aquello no convenía, habría que demostrar al mundo la “mejor cara” del régimen. Los avisos que prohibían la presencia de judíos, fueron retirados por órdenes de Hitler, quien a su vez atendía las peticiones de Henri Baillet-Latour, presidente del Comité Olímpico Internacional.

Helena Mayer, esgrimista judía.


El lavado de imagen fue tal, que el régimen Nazi aceptó, inclusive, la participación en los juegos de una delegación de esgrima de origen judío, encabezada por Helena Mayer, quien ganaría una medalla de plata en los juegos. Paradójicamente, una judía le otorgaría al régimen Nazi un motivo por el cual sacar pecho de cara al mundo. Otra figura emblemática fue Jesse Owens, apodado como "El hijo del viento", estadounidense de origen africano, que fue el gran ganador de los juegos (4 medallas de oro).

Así fue como los juegos fueron considerados como una victoria política de Hitler, quien asistiría jornada a jornada a las competencias y sería aclamado efusivamente por las multitudes, convirtiendo su figura en un personaje popular, dentro y fuera de Alemania. La nación germana se alzó con el mayor número de medallas en los juegos veraniegos y se ubicó detrás de la posición de vanguardia en los juegos de invierno, dándole así un impulso tremendo al partido Nazi y, especialmente, a la figura de Hitler.


Mussolini y la Copa Mundial de Fútbol Italia 1934.


El Mundial de Italia 34’ es una de las muestras más vergonzosas de la relación innegable entre deporte y política. Nunca antes un campeón había sido tan cuestionado, nunca antes un líder político había repercutido tanto en el desenlace de un torneo como lo fue Benito Mussolini durante el primer mundial que se disputaría en el continente Europeo. Su vinculación con los resultados fue tal, que el “Duce”, como era conocido el líder fascista de la nación transalpina, fue apodado “El jugador invisible”, puesto que movía hilos dentro y fuera de la cancha.

Desde partidos arreglados, pasando por amenazas a los árbitros, hasta una supuesta advertencia de muerte lanzada a los jugadores italianos, en caso de que estos no lograsen ganar el Mundial. Uruguay, la primera campeona mundial (1930) se negó  a defender su corona, precisamente por estar en desacuerdo con el régimen fascista que azotaba a la Italia de Mussolini.



Cuentan los más allegados al “Duce”, que Benito Mussolini entendía de fútbol poco y nada, pero que fue aconsejado por sus asesores políticos a acercarse al deporte más popular de todos, el fútbol, para llegar a las clases medias, obreras, y sobre todo, las más miserables. Así fue como Italia, ganaría el torneo, bajo un manto de sospecha que se extiende hasta hoy día, dejando en el camino a las favoritas; en primer lugar a España, con un arbitraje parcializado para el olvido, que le propinó la victoria a la escuadra “azurri” y que le costó el cargo al árbitro suizo Mercet al regresar a Suiza, su país de origen. En segunda instancia, los italianos apearían a Austria, la gran favorita del torneo, con un juego durísimo que no fue sancionado por el referí de turno.
Mussolini se dirige al público italiano
Así llegaría Italia a la final donde ganaría a Checoslovaquia agónicamente, remontando el partido, convirtiéndose así en el Campeón Mundial de 1934 y cuya máxima estrella no fue un futbolista, sino Benito Mussolini, un personaje sin tacos, ni dominio de balón, pero que, astutamente gambeteó  todas las reglas fuera de la cancha, quedando para siempre en la faceta más oscura del binomio política y deporte a nivel mundial.

Selección italiana







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